jueves, 6 de marzo de 2014

La Entrada Triunfal a Jerusalén

Cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella.
Lucas 19.41

Los evangelistas dedican un espacio desproporcionado a la última semana de Jesús en la Tierra, que habitualmente se conoce como Semana Santa. En el caso de Lucas es un cuarta parte de su Evangelio, en los casos de Mateo y de Marcos es alrededor de un tercio, y en el Evangelio de Juan es la mitad del texto. Esto muestra la importancia que asignaron los escritores de los evangelios a los sucesos que rodearon la muerte de Jesús.

La semana comienza con la entrada de Jesús a Jerusalén, registrada por los cuatro evangelistas, aunque cada uno agrega detalles que los otros omiten. Evidentemente, Jesús se había propuesto cumplir lo que se había escrito de él en Zacarías 9, es decir, que el futuro rey de Judá llegaría a Jerusalén trayendo salvación, pero no con una bravuconada ni montado sobre un caballo de guerra, sino humilde y manso sobre el lomo de un burro (¡vaya animal!). De esa manera, decía la profecía, 'hablará paz a las naciones' (Zacarías 9.10).

Este suceso tiene todas las señales de haber sido preparado de antemano aun en los detalles de la escenografía. Es probable que en una visita anterior Jesús haya arreglado con amigos en Betania que le prestaran un burro y lo entregaran a la contraseña acordada, 'porque el Señor lo necesita'. Entonces las multitudes entraron en la acción, colocando sus túnicas sobre el burro y sobre el camino, y prorrumpiendo en una aclamación espontánea.

Una vez que pasaron por las aldeas de Betania y de Betfagé, el desfile rodeó por el frente del monte de los Olivos, y de pronto Jerusalén apareció a la vista, con sus relucientes pináculos y los espaciosos atrios del templo. Aquí, al parecer, mientras los gritos de la multitud se silenciaron, ante el asombro y la perplejidad de todos, Jesús rompió a llorar. En medio del sollozo pronunció un lamento profético sobre la ciudad, prediciendo su destrucción porque no había reconocido la hora de la visitación del Señor.

Es verdaderamente notable que, el momento mismo en que Jesús advertía el juicio a la ciudad, lloraba sobre ella lleno de amor. El juicio divino (que es el tema central a lo largo de la semana santa) es una realidad solemne e imponente. Pero el Dios que juzga es el Dios que llora. Él no quiere que nadie perezca. Y cuando en el fin de los tiempos su juicio caiga sobre alguien (como Jesús anunció que sería), los ojos del Señor estarán llenos de lágrimas.



Para seguir leyendo: Lucas 19.41-44
Tomado de Toda la Biblia en un Año  de John Stott

En Jesús de Nazareth: nuestros Corazones, nuestras Mentes y nuestras Puertas, están abiertos para Dios, están abiertos a la Vida y están abiertos para Ti.