Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?
Mateo 7.11
En el Padre Nuestro Jesús nos dio un modelo de la oración genuina, la oración cristiana, tan diferente de las oraciones de los fariseos y de los paganos. Por supuesto, uno podría recitar el Padre Nuestro con una actitud hipócrita o de manera mecánica, o aún ambos a la vez. Pero si le damos el sentido a lo que decimos, entonces el Padre Nuestro se convierte en la alternativa divina a las dos formas de oración falsa.
El error del hipócrita es el egoísmo. Aún en sus plegarias está obsesionado con su propia imagen y con la manera en que lo ve el observador. Pero en el Padre Nuestro los cristianos están obsesionados con Dios: con su nombre, su reino, su voluntad, no consigo mismos.
El error del pagano es la repetición vacía. Se limita a repetir mecánicamente una liturgia carente de sentido. Por encima y en contra de esta necedad, Jesús nos invita a presentar todas nuestras necesidades a nuestro Padre celestial, con actitud de reflexión humilde, y de esa manera expresar nuestra continua dependencia de él.
En conclusión, la diferencia fundamental que subyace a las diversas clases de oración es en esencia la diferente concepción de Dios que hay detrás de ellas. ¿Qué clase de Dios estaría interesado en oraciones egoístas y vacías? ¿Es Dios una mercancía que podemos usar para promover nuestro propio estatus, o una computadora a la que podemos carg
ar de palabras en forma mecánica? Rechazamos estas concepciones indignas y nos volvemos con alivio a la enseñanza de Jesús de que Dios es nuestro Padre en el cielo. Debemos recordar que él ama a sus hijos con amor tierno, que los ve aun en los secreto, que conoce las necesidades de sus hijos antes de que se las pidan, y que actúa en su beneficio con poder celestial y soberano. Si permitimos que las Escrituras modelen de esa manera nuestra concepción de Dios, no oraremos jamás con hipocresía sino con integridad, jamás en forma mecánica sino reflexiva, como hijos e hijas de Dios que somos.
Para seguir leyendo: Mateo 7.7-11
Tomado de Toda la Biblia en un Año de John Stott